Centón del libro "La escritora y el enterrador y otros relatos"

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Un centón es una pieza literaria compuesta de frases y fragmentos, sentencias o expresiones de otras obras o autores.

El Centón puede ser en verso o en prosa y tiene dos finalidades; intentar que tenga consistencia como un nuevo poema o relato, y homenajear al autor o autores en que se basa.

Un Centón es lo que ha hecho mi querido amigo, el poeta y escritor Francisco EspadaUn armazón de relato sólidamente formado de diversos pasajes y diferentes sentidos extraídos de los catorce relatos que conforman  mi libro “La escritora y el enterrador y otros relatos”, al que ha titulado… “Con palabras ajenas".
 
 
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CON PALABRAS AJENAS: LA ESCRITORA Y EL ENTERRADOR


Era una mujer callada, tenía sueños y anhelos buscando un verbo; ternura, como todas las noches: las emociones. Sólo recordaba, mientras soñaba, un mar embravecido; oía gritos de gente, tragaba mucha agua y eso le impedía gritar. Otra vez volvió la nada, la oscuridad y el silencio, en su memoria no quedaba nada. Aprendió el oficio de crear muñecas, le apasionaba crear sus propias muñecas personificadas, dotadas de movimiento: podían caminar, danzar, hablar con voces reales y mantener una conversación coherente, muñecas expresivas que parecían tener vida propia.

Esther, jugando, se escondía en el armario: sólo había silencio, un profundo silencio. Oyó pasos; era Carmen, la hija de la panadera; empezaron a besarse con arrebatada pasión; él metió la mano en la blusa y su piel se erizaba; un calor casi ardiente le quemaba entre las piernas; sentía la necesidad de morder algo; no podía apartar su mirada. Empezó a sentir frío y a sudar al mismo tiempo… terminó emitiendo un grito que a ella le puso los pelos de punta. Se quedó perpleja, asustada y a la vez maravillada por todo lo que hasta ahora había sentido: el calor entre las piernas le abrasaba.

Tenía mucha curiosidad por saber de su primera experiencia. Una tarde propicia para contar cerró los ojos, se adormeció y soñó: sólo pensaba en lo cansada que estaba, en lo inútil que había sido su vida. Esa mañana, todo fue diferente con la mirada fija en el horizonte; sintió un arrebato de pasión, se quitó los zapatos y se los llevó al oído; aquellas voces le hablaron de lágrimas y desdichas pasadas, de incomprensión y de tristezas vividas; se dio media vuelta y se marchó descalza, pisando con aplomo, fuerte y segura sin volver la vista atrás. 

Llegó a su casa, entró en el baño, echó las sales perfumadas, con los ojos cerrados cogió la esponja vibratoria; aquel cosquilleo empezó a recorrer su anatomía recordando caricias soñadas desde su pie hasta el centro de su sexo: un repentino estallido de calor y placer, hasta entonces desconocido.
No sabía cómo llegó a aquella casa y dio la vuelta: un corazón no muere cuando deja de latir, sino cuando los latidos ya no tienen sentido. Hoy hace tres meses que murió Susana: le hablo, le cuento; la situación entre ella y mi padre también sigue igual. Quiero seguir escribiendo, es la única forma de saber que no estoy sola. Mamá se adaptó, empezó a salir mucho de noche; a veces, venía acompañada, se quedaba a dormir… Podía oír sus risitas y los quejidos bajo las sábanas y me refugié en mi cuarto. Me sentía vigilada, me miraba y sonreía lascivamente; entró en mi habitación, se echó encima y me violentó. Dolida, maltratada y humillada, maldije la vida; hasta pensé en suicidarme: tenía 17 años y estaba embarazada. 

No recuerdo que mi madre me diera nunca un abrazo con amor, con ternura. El miedo me consumía. El abuelo llevaba enfermo varios meses; llegaba del colegio, subía a la cama y le daba un sonoro beso; había estado guardando energías y risas para su nieta. El abuelo murió aquella madrugada, le besó en la frente, recostó su cabecita sobre el pecho y lloró calladamente. Cansada de ver siempre las mismas cosas, le entró curiosidad por conocer otros lugares, olvidando por completo a los viejos amigos… 

La hierba había crecido demasiado y hacía irreconocible el camino; solo acertaba a vislumbrar un rastro de recuerdos rotos.


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 Gracias, Paco, por regalarme este Centón, pero sobre todo, por tu amistad y tu cariño.  


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