Una nube de inconsciencia
Julián
despertó sobresaltado. Abrió los ojos y miró a su alrededor con expectación. En realidad, no supo si había oído un terrible ruido o lo
había soñado. Dudó en darse media vuelta y seguir durmiendo, pero el
recuerdo de aquel estruendoso sonido seguía retumbando en sus oídos.
Se
levantó de la cama. Con una gran pereza y, arrastrando los pies con paso
cansino, se dirigió al lavabo. Al abrir la puerta del baño vio con
horror como el suelo estaba cubierto por los escombros de algunas
baldosas resquebrajadas que se habían despegado de la pared. En su
lugar, en la pared, había una profunda grieta que dejaba ver el baño del
vecino. Se acercó, atisbó a través de la hendidura y lo que vio,
le heló la sangre.
Su
vecino, aquel hombre, encantador y educado que conocía desde hacía
años, estaba arrodillado en el suelo manteniendo el cuerpo de una mujer
sumergido bajo el agua que cubría la bañera. No pudo evitar gritar. El
vecino al oírle, se giró, se levantó del suelo, se acercó a la grieta,
le sonrió y poniendo un dedo sobre su boca le pidió silencio.
Se percató de la consternación que el rostro de Julián acusaba y se apresuró a añadir:
—No es lo
que parece. Vino de polizón en mi coche. Es una sirena, necesitaba agua
y la sumergí en la bañera, no está muerta, está reviviendo, ¡mírala!
Julián
no podía quitar la vista de encima de aquella bañera. De repente, una
hermosa mujer, cubierta con un manto de escamas doradas, emergió de la
tina y venía hacia él con un gracioso contorneo al mismo tiempo que
tarareaba una dulce melodía. Atravesó la grieta, le abrazó y le besó
cálidamente. Un instante después, Julián sintió vagar su voluntad en una nube de inconsciencia.
Cuando volvió en sí, a su lado no había nadie. Sin embargo, quedó
maravillado al ver que la cama estaba cubierta de escamas doradas y
sobre la almohada, una estrella de mar con un grabado que decía «volveré
pronto, te lo prometo»
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